El bosque de piedra
- Juan Jesus Jiménez
- 16 abr
- 2 Min. de lectura
El viento silba entre las formaciones calizas del Bosque de Sant'Antonio, esculpiendo surcos en rocas que parecen gigantes dormidos. Aquí, en el corazón de los Apeninos abruzeses, hayas centenarias se enredan en un abrazo mortal con piedras esculpidas por milenios de erosión. Este paisaje surrealista, conocido como "Il Bosco di Pietra" (el Bosque de Piedra), es un laboratorio geológico vivo donde la naturaleza demuestra su fuerza creativa y destructiva a partes iguales.

Localizado cerca de Pescocostanzo, a 1.300 metros de altitud, este bosque de 550 hectáreas debe su aspecto alienígena a un capricho glaciar. Durante la última Edad de Hielo, glaciares arrastraron bloques de dolomita desde las cumbres, depositándolos en este valle. Durante siglos, el viento y la lluvia tallaron estas rocas en formas que hoy parecen:
Torres medievales erosionadas
Animales petrificados (la "Leona" y el "Elefante" son las formaciones más famosas)
Arcos naturales que desafían la gravedad
Pero el verdadero milagro son los hayas (Fagus sylvatica) que crecen literalmente dentro de las piedras. Sus raíces se abren paso entre grietas, rodeando las rocas como serpientes, en un proceso que puede tardar 200 años.

Este bosque es refugio de especies únicas:
Osos marsicanos (solo quedan 60 ejemplares) marcan sus territorios en las rocas.
Lobos italianos usan las grutas naturales como guarderías para sus crías.
Águilas reales anidan en los pináculos más altos.
En primavera, el suelo se cubre de orquídeas silvestres y lirios martagon, creando un contraste mágico con la piedra gris.

Los pastores locales cuentan que las rocas son gigantes petrificados por San Antonio (de ahí el nombre). Los geólogos, en cambio, explican que cada formación cuenta una historia climática:
Las estriaciones verticales son cicatrices de glaciares.
Los hoyos en forma de taza se formaron por lluvia ácida en el Pleistoceno.
Las capas de colores revelan erupciones volcánicas antiguas.
Hoy, senderistas y fotógrafos recorren sus 3 km de pasarelas de madera, construidas para no alterar el frágil equilibrio entre piedra y vida. Como escribió el alpinista Reinhold Messner tras visitarlo: "Aquí los árboles enseñan a las rocas cómo vivir".
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